22 de abril de 2014

Fallece en Zaragoza el P. José Ignacio Aguinaga, L.C.

El P. José Ignacio Aguinaga Ayerdi, L.C., tras una larga enfermedad de corazón, falleció el martes santo en Zaragoza, donde vivía desde hace algunos años. P. Aguinaga, nacido en Pitillas (Navarra), en agosto de 1956, ingresó en el noviciado de la legión de Cristo en Salamanca en 1975. Se licenció en filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y el Papa Juan Pablo II le ordenó sacerdote el 3 de enero de 1991, en la Basílica de San Pedro. Entre sus destinos se encuentran el Instituto Cumbres y la Universidad Anáhuac del Sur, en México DF, y las secciones del Regnum Christi de Monterrey, entre otros lugares.



Una vida consagrada a Dios desde la infancia
Compartimos a continuación, el testimonio sacerdotal que el mismo P. Ignacio escribió para el libro “Sendas de entrega”, que recoge los testimonios de los sacerdotes legionarios ordenados en el año 1991:

“Nací en el seno de una familia católica. El pequeño y entrañable pueblo de Pitillas siempre se ha caracterizado por el alto porcentaje de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Perdí a mi padre cuando tenía seis años. Como toda madre, la mía fue elegida por Dios para ir cultivando desde la niñez la semilla de mi vocación. Cuando ya había entrado en la vida religiosa me contó que desde mi nacimiento me consagró a Dios nuestro Señor con la ilusión de que fuera sacerdote. La vida cristiana de la familia se fundamentaba en una sólida devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen. Desde que tengo uso de razón recuerdo que antes de salir de casa nos despedíamos del Sagrado Corazón y que todos los días rezábamos el rosario después de cenar.

Como huérfano de mutilado de guerra recibí una beca del gobierno y entré interno con mi hermano en el Colegio del Salvador de Valladolid. Allí pasé diez años de mi vida en los que Dios fue preparando mi alma para la vida sacerdotal. Los gratos recuerdos de estos años los puedo resumir con la primera estrofa del himno del colegio: “Salve, salve, colegio bendito, ángel bueno de mi juventud, con tu mano en mi pecho has escrito santas normas de ciencia y virtud, llevaré mientras viva grabada fiel imagen de tal bienhechor”. Fui llevando mis estudios con gran responsabilidad y con algún susto en el verano. Me entusiasmaba más el deporte. Fundamentalmente el rugby, que practiqué hasta ingresar en la Legión. Los duros y diarios entrenamientos y la misma virilidad del deporte, fueron templando mi carácter. El hecho de ser capitán y de que mi equipo quedara campeón de España en los juegos escolares fue una gran satisfacción en aquellos años de adolescencia.



Hubo muchos tropezones, caídas y momentos de andar a la deriva de mi juventud. Dios se encargó de cuidarme a través de dos grandes sacerdotes: en la primera adolescencia fue el P. Georges Bernes, sacerdote francés que además de hacernos amar el deporte supo infundirnos una gran devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Don Pedro Antonio Millán me guió como un padre en los ajetreados años de la segunda adolescencia: su juventud, su jovialidad, unidas a su bondad en el sacramento de la penitencia fueron determinantes en mi vocación.

Las vacaciones las pasaba en casa con mi familia. Me dejaba llevar por las modas en peinados y modos de vestir. Me gustaba la música, las niñas, el baile y “correr toros”. Siempre fui de muchos amigos.
Dios sale al encuentro
Sin embargo, nada me atraía ni me llenaba totalmente; cuando me quedaba solo sentía nostalgia de algo que llenara mi vida de verdad. Esto me hacía estar intranquilo. Fue cuando Dios se cruzó en mi camino.

Yo no había pensado en la vocación en esos años de mi vida, aunque había tenido la inquietud misionera en la niñez. Tuve la posibilidad de visitar el noviciado de la Legión en Salamanca durante un fin de semana vocacional; la alegría, juventud, entusiasmo y caridad de tantos religiosos jóvenes de varias nacionalidades dejó una huella profunda en mi alma. Al poco tiempo, fui a una peregrinación al santuario mariano de la Virgen de Ujué, que se venera mucho en el centro de Navarra. Fue allí, ante la imagen de la Virgen, a la que mi madre me había consagrado siendo niño, donde sentí el llamado a ser sacerdote. La verdad es que no le di mucha importancia en ese momento, pues me preocupaba más aprobar todo el bachillerato y la selectividad para poder ingresar a la universidad. Lo logré y me inscribí en la carrera de derecho en la Universidad de Valladolid.

Enamorarse de Cristo
Acepté ir al candidatado con el firme propósito de regresar en una semana para ir a las fiestas de san Fermín en Pamplona para “correr los toros”. Pasados unos días, me di cuenta que no podía marcharme sin más y decidí quedarme para tratar de descubrir cuál era la voluntad de Dios. Así pasaron los dos meses de aquel verano, quizá el más feliz de mi vida, pues en él me enamoré de Cristo, que me llamaba a seguirle y a vivir totalmente entregado a Él en la Legión. Quisiera describir con pocas palabras lo que me motivó a dejarlo todo y seguir a Cristo en una congregación de la que nunca había oído hablar. En el fondo sólo hay una respuesta: Cristo llama a los que quiere y a donde quiere, y da la fuerza para seguirle por caminos que humanamente pueden parecer una locura.


Cuando se lo dije a mi madre recibió una de las alegrías más grandes de su vida en medio de la dificultad que suponía desprenderse de su hijo. Supe con el tiempo que ese verano ella había llamado al arzobispado para pedir referencias sobre la Legión de Cristo; me dijo que sólo quería saber si era católica pues tenía miedo de que me hubiera ido con alguna secta o grupo radical.

Volcado en la juventud
Los quince años de formación pasaron volando, aunque pudiera parecer lo contrario. Siento que todo es poco en comparación con este don inmerecido: ser otro Cristo para los hombres de hoy, tan necesitados de Él. Hoy a nadie le cabe ninguna duda de que el sacerdote debe estar bien e integralmente formado. El trabajo apostólico de formar adolescentes es una de las gracias más grandes que Dios me ha podido dar como seminarista y futuro sacerdote. 


Esta labor de ayudar a que los jóvenes encuentren a Cristo me ha parecido la mejor forma de reencontrarlo yo mismo cada día. El apostolado en el mundo universitario lo consideré siempre como una gracia especial de Dios por la responsabilidad que entraña el formar cristianamente a futuros líderes. Las clases de moral, los retiros, las misiones populares de evangelización, las convivencias, los ejercicios espirituales, las reuniones con directores de carrera y profesores fueron los medios que Dios me ofreció para ir logrando sembrar la semilla del Evangelio en cada universitario”.

2 comentarios:

  1. Realmente una gran persona. No sabría como definirlo pero son pocas las personas que sepan llegar a los jóvenes como el.
    ______
    Benetan guztiz atsegina. Gazteontara heldu del holako pertsonarik gutti daude, ta berak horietako bat da. Guztiz eskertzekoa. Besarkada haundi bat.

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  2. Compañero mio de clase, de colegio y de equipo de rugby en El Salvador por aquellos años de 1969-70 y alguno mas y sobre todo un gran amigo que con el paso del tiempo, y por circunstancias, se fue perdiendo esa relacion tan estrecha. Hoy me entero de tu fallecimiento y solo puedo decirte que, alli donde estes, reces por nosotros y que te echaremos mucho de menos. Hasta siempre amigo

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